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Para definir una meta alcanzable de manera exitosa, la clave es aceptar que los puntos de inflexión no serán tal como los imaginamos y que nuestro rumbo se tendrá que corregir frecuentemente; es decir, habrá que improvisar.
¿Qué tanto planeamos los mexicanos? La realidad es que vivimos en una cultura especializada en la improvisación, y financieramente hablando, somos víctimas frecuentes de las compras por impulso. En realidad, las finanzas personales son un tema que preferimos evitar en nuestro día a día, y es mucho más común encontrarnos discutiendo sobre el itinerario de nuestras próximas vacaciones, que las posibilidades de nuestro fondo de inversión.
Hay un sinnúmero de razones por las cuales preferimos no adentrarnos en la planeación de nuestro futuro financiero, pero quizás una de las más significativas es que tememos a un plan financiero: apegarnos o desviarnos, qué tan fácil o difícil resultará seguirlo o no, los sacrificios y, por supuesto, las recompensas –que parecen estar aún muy lejos.
Realizar un plan financiero es hacer un montón de suposiciones. Estas suposiciones pueden tratarse de la inflación, las condiciones de la bolsa de valores, cuánto vas a ahorrar, a qué edad te vas a retirar, cuánto vas a gastar en el retiro y hasta cuándo morirás. Cualquiera que haya pasado por este proceso sabe lo incómodo que llega a resultar. Se sabe de antemano que, sin importar qué tanto tratemos de obtener predicciones precisas, probablemente estaremos equivocados. Si aceptamos el hecho de que aun el mejor plan jamás podrá predecir las condiciones futuras como tal, podemos enfocar nuestra energía en prospectar una planeación abierta en vez de obsesionarnos sobre cualquier suposición.
La clave está en definir una meta y, a continuación, un camino; es decir, un objetivo y varias estrategias. Si bien visualizar el camino implica hacer algunos supuestos, lo recomendable es sólo tomarlos en cuenta sin aferrarse a que las cosas sucederán, efectivamente, como nosotros pensamos.
Hay que pensarlo como la diferencia entre un itinerario de vuelo y el vuelo en sí. Los planes de vuelo son más que nada los supuestos que hace el piloto acerca del clima; sin importar cuánto tiempo gaste el piloto planeando, las cosas no siempre van de acuerdo con el plan. En realidad, rara vez van de acuerdo con el plan. Existen demasiadas variables. Así que mientras el plan es importante, la clave para llegar de forma segura es la habilidad del piloto para hacer las pequeñas y consistentes correcciones en el camino; es decir, improvisaciones. Se trata de las correcciones que se hacen sobre el plan, no el plan como tal.
Una vez que se tiene una idea general del destino final, el enfoque debe de ser adecuado a lo que se puede hacer a corto plazo para llegar ahí; enfocarse en los siguientes tres años, por ejemplo. Pensar en periodos más pequeños nos inspira a actuar, en vez de preocuparnos pensando en todo aquello que está fuera de nuestro control.
Para definir una meta alcanzable de manera exitosa, el primer paso es aceptar que los puntos de inflexión no serán tal como los imaginamos y que nuestro rumbo se tendrá que corregir frecuentemente; es decir, habrá que improvisar.
Fuente: Forbes