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El dilema parece no ser tanto si abrir o no un negocio, sino qué tipo de negocio abrir. Y más puntual: si éste ha de ser formal o informal, pues de ello dependerá, según los datos, su capacidad productiva.
Una de las preguntas que hoy se plantea el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) es si la iniciativa empresarial –en inglés entrepreneurship– podría mejorar el estatus socioeconómico de una persona, específicamente en México, o si son mejores otras opciones como la quincena. Es decir, ¿qué tan buena idea es –en términos abstractos– poner un negocio?
Por esta razón, junto con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el CEEY presentó una investigación titulada La opción empresarial en América Latina… ¿Vía de ascenso? que usted puede consultar aquí. Algunos de los presentadores de la obra fueron el Dr. Santiago Levy, vicepresidente del BID y creador del programa Oportunidades (hoy Prospera), una de las políticas públicas más exitosas en términos de combate a la pobreza en la historia de México; el empresario Alfonso Romo, y el periodista Ricardo Raphael.
De manera breve, quisiera compartir algunas de las paradójicas conclusiones de la investigación y de la subsecuente presentación. Éstas, a juzgar por el panorama mexicano, comúnmente se ignoran o incluso rechazan por convicción.
En efecto, una de las conclusiones de la obra es que la iniciativa empresarial –tomar riesgos, innovar, satisfacer demandas, buscar mercados, poner negocios– es uno de los caminos más certeros para mejorar la economía de una persona… no sólo en México, sino en América Latina.
Según los datos de la encuesta de movilidad social EMOVI 2006¹, los empresarios en México –independientemente de su estrato de origen– generalmente tienen mayores ingresos que los no empresarios: en promedio, 17% más. Se descarta el estrato de origen porque, sorprendentemente, la diferencia de ingreso entre empresarios y no empresarios es mayor en los estratos extremos que en la clase media; en otras palabras, la pobreza no necesariamente frena la vocación empresarial, aunque ciertamente conlleva sus propios desafíos.
Otro punto muy interesante del estudio es que una persona cuyo padre (hombre) fue empresario, tiene 14% mayor probabilidad de serlo que alguien cuyo padre no lo fue. Contrario a la creencia popular, la escolaridad no incrementa esta probabilidad, lo cual sugiere que la educación doméstica quizás influye más sobre el ingreso que la académica.
Ahora bien, según la EMOVI, sólo 8% de los mexicanos son empresarios… frente a 60% de empleados y 31% de autoempleados. Así, una de dos variables parece estar en juego: o es muy difícil ser empresario en México –el acceso al crédito es escaso, el cumplimiento de contratos es sombrío, la ilegalidad es imperante, el crimen organizado y la corrupción son asfixiantes–, o hay una fuerte disonancia cognitiva que favorece a las creencias sobre la realidad… la posibilidad, por ejemplo, de que los mexicanos vean a la vía empresarial con malos ojos.
En cualquier caso, el dilema parece no ser tanto si abrir o no un negocio, sino qué tipo de negocio abrir. Y más puntual: si éste ha de ser formal o informal –pues de ello dependerá, según los datos, su capacidad productiva–. Si comparamos la productividad de las empresas informales con la productividad de las formales, las más improductivas –por mucho– son las informales. Por poner una cifra, el valor de los recursos productivos de las empresas informales con menos de cinco trabajadores (la empresa más común en México) es 63% menor que el de empresas del mismo tamaño pero formal.
No obstante, por alguna extraña razón, la gran mayoría de las empresas en México son informales: 85% para ser exactos. Peor aún, entre 1998 y 2008 se crearon 10 veces más empresas informales que formales. De casi 1 millón de empresas que se crearon en esa década, sólo alrededor del 10% fueron formales. En pocas palabras, se crearon 10 veces más empresas improductivas que productivas. Además, la inversión durante esos años fluyó mucho más hacia las improductivas. Su crecimiento acumulado fue de 703% en capital y 118% en empleo… comparado con 420% y 38%, respectivamente, en empresas productivas.
Exactamente por qué sucede esto está sujeto a discusión y habré de abordarlo en otro artículo, pero el hecho contiene una verdad incómoda: la iniciativa empresarial en México, además de impopular como ya vimos, está mermada por la ineficacia. ¿Qué le augura semejante noticia a un país que, en los albores del siglo XXI, tiene 40 millones de jóvenes? Empecemos preguntándonos si los apoyos gubernamentales al emprendimiento –fiscales, educativos, financieros, políticos– son efectivos o sólo exacerban involuntariamente el problema.
Fuente: Forbes